PARTIR

Todavía no guardaste los guantes en la mochila cuando el sonido madrugador del timbre te sobresalta.

-          Ya llegó - nos decimos. Eran las 06:30 de la mañana.

Como de costumbre, la información varía según el medio que uno consulte. Para Aerolíneas Argentinas el vuelo de las 09:25 se había reprogramado para las 10:30hs. Por lo menos eso hacía suponer el correo electrónico que informaba del cambio y el chek in web: 10:30. Mientras tanto, para el sitio web del aeropuerto ese avión mantenía su horario de partida original de las 09:25.

-         Vayamos con tiempo – propuse.  - Además, puede surgir algún imprevisto – Insistí.


El imprevisto que siempre puede surgir

El taxi atravesaba la noche del barrio de Almagro y se dirigía hacia Av. Rivadavia cuando el imprevisto hizo su calculada aparición.
Mi esposa abrió con premura el bolsillo posterior de su mochila de mano. Sacó su celular y luego una especie de agendita con pinta de pasaporte.

-         ¡El pasaporte! – gritó. - ¡El pasaporte! – volvió a gritar. – Volvamos. Me equivoqué. Traje la libreta universitaria.
-         Volvamos – le dijimos al taxista que observaba el diálogo por el espejito retrovisor.

Estábamos solo a diez cuadras, nada grave. Con tiempo suficiente. El imprevisto que siempre sucede.

Ya con la libreta de la Universidad de Buenos Aires en la mesita de luz y el pasaporte en el bolsillo posterior de la mochila de mano, subimos a la autopista. Todavía no amanecía y las cuatro horas de sueño se hacían sentir.
En un intento por retomar el diálogo que había presenciado minutos antes, el taxista acotaba cosas como:

-         Bueno, peor si te dabas cuenta arriba de la autopista o ya en Ezeiza, ja. Ahí si que no se qué hacían. Ja.
-         No, le digo, peor que te lo diga el de Migraciones.


Universidad de Buenos Aires anuncia su vuelo a…

La espera en Ezeiza se hizo larga. Lo que originalmente estaba pautado para las 9:25 que luego se había postergado para las 10:30, finalmente sucedió a las 11:20. El aviso de “demorado” se presentaba a cada instante. Hasta que llamaron a embarcar.
Primero solicitaron que se acercasen los pasajeros de clase ejecutiva. Luego, recién luego, que avancen las mujeres con niños y aquellas personas con necesidades de asistencia. Es decir, primero los “Very Important Pasajeros” y luego, recién luego, las mujeres, los niños y los discapacitados.
Solicitan que formen fila del 10 al 28. La fila se forma y una morocha enrulada empieza a hacerse la distraída hasta que logra colarse. Quedó justo detrás de nosotros.
Ya arriba del avión, cuando todavía no terminás de sentarte, comenzás a observar pequeñas dosis de los contrastes culturales hacia los que nos dirigíamos. Una señora boliviana vestida con ropas típicas quería a toda costa sentarse del lado de la ventanilla pero, detalle, había comprado el pasaje del medio. Se apoltronó en el asiento que no le correspondía y no quería cederlo por nada del mundo. El primer intento del pasajero que reclamaba pasaje en mano ese lugar no dio resultado. El del azafato tampoco. La comisaria de abordo, más rígida en su gesto que el novel azafato, tampoco podía. Llegó a insinuarle al pasajero ventanilla sino le molestaba ir al medio. El pasajero, francés, se molestó. Finalmente, ante la discusión que crecía y la partida que se demoraba, una señora, oriunda de Santa Cruz de la Sierra, de la occidental Santa Cruz de La Sierra, permutó pasillo por ventanilla con la señora nacida en la Ciudad de La Paz.

Todos listos para volar. 

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