LA ESQUINA SIN OCHAVA

Las esquinas de Buenos Aires suelen dibujar una curva que le permite al peatón ir doblando casi sin que se note. Ese espacio que se genera disimulando el cruce perpendicular de dos cuadras se denomina ochava. Entre sus utilidades más básicas se encuentra la de ofrecer a dos peatones que intentan doblar en sentidos contrarios la posibilidad de no chocarse. Se pueden ir midiendo y organizando con sus miradas y movimientos para que uno doble abierto más cerca del cordón y el otro lo haga cerrado por el lado de adentro como si fuera un corredor de Formula 1 a punto de ganar una posición. A su vez, los locales en ochavas suelen ser más codiciados por los comerciantes que aquellos del medio de la cuadra. Ofrecen mayor flujo de potenciales clientes y una perspectiva más amplia para sus vidrieras.
Una de las cuatro esquinas de San Martín y Tucumán no tiene ochava. El cruce entre las dos veredas es perfectamente ortogonal. Las gruesas paredes del restaurant forman un ángulo recto que invade la esquina. El espacio que queda entre ese borde y el cordón es ínfimo. Esta falta de lugar, en complicidad con la disminución de las perspectivas visuales que ofrecería una ochava, convierte a esta esquina en una verdadera caja de pandora para el peatón desprevenido.
La mujer que camina por San Martín, mientras se pinta los labios porque parece que llega tarde y salió apurada, no tiene chance de ver con anterioridad la presencia del repartidor de gaseosas que con su carrito ya vacío viene por Tucumán. Cuando el labial aterriza en el canasto, donde minutos antes descansaban las bebidas, ya es tarde.
Ni que hablar de ese tipo de un metro cincuenta y cinco de altura que también viene por Tucumán pero mirando culos y de golpe se encuentra de lleno con ese par de tetas que venían doblando por San Martín en una mina de 1,80 con tacos. Luego de sonrojarse y pedirle disculpas por el cabezazo sigue su camino no sin antes girar su cuello y ver como se va.
Los mozos que hacen delivery de a pie en la zona le escapan a esa esquina. Es una amenaza constante para su bandeja, medialunas y cortados con dos de azúcar de las 8:30hs. La otra vez, al mediodía, un delivery pero de esos que lo hacen en rollers, venía esquivando oficinistas por San Martín y tuvo la desgraciada idea de doblar por ahí. Su rostro rebotó contra los pectorales inflados de aquel patovica de civil que estaba llegando al gimnasio. La bolsa térmica con la comida voló casi hasta la esquina de enfrente, que sí tiene ochava, y su cuerpo conmovido quedó mitad en la vereda y mitad en el asfalto. Por suerte, o por esas cosas del destino, cuando pasó raudamente el motoquero de la mensajería casi rozando el cordón, su cuerpo ya se encontraba 100% en la vereda mientras se escuchaba al patovica gritarle “PELOTUDO” y seguir su camino.

Así como la falta de ochava genera sorpresas inesperadas para los distraídos también ofrece incertidumbres para aquellos conscientes de su existencia. Algunos peatones caminan con miedo. Bajan el ritmo de sus pasos, se van deteniendo y estiran cuidadosamente sus cabezas y cuellos para poder observar si viene alguien antes de intentar pasar. Algunas veces no encuentran a nadie y pasan. Otras, la mayoría, un desprevenido los lleva puestos. En algunos pocos pero complejos casos se da la situación del potencial cruce de dos peatones conocedores del riesgo de ese ángulo recto. Potencial cruce porque entre las dudas, las miradas de reojo y los amagues, el cruce queda en eso. Ambos se dan por vencidos y cruzan la misma calle por donde vienen para evitar el enfrentamiento. Renuncian a doblar

La vez pasada un pibe que trabaja de programador junior en una empresa de sistemas de por ahí y que venía por San Martín, chocó impunemente con una chica inglesa que recién había salido del hostel que la aloja por Tucumán a apenas unos metros de la esquina. Él iba en busca de un kiosko que no sabía que ya no estaba. Ella a comprar unas Mogul por San Martín porque no encontraba el paquete que había comprado ayer. Luego del choque se miraron. Fue un segundo pero pareció una vida. Se dijeron a coro perdón y sorry respectivamente. Cada uno siguió su camino con un cosquilleo y una sonrisa incipiente.

¿Alguien conoce alguna otra esquina sin ochava?

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