Una
de las cuatro esquinas de San Martín y Tucumán no tiene ochava. El cruce entre
las dos veredas es perfectamente ortogonal. Las gruesas paredes del restaurant
forman un ángulo recto que invade la esquina. El espacio que queda entre ese
borde y el cordón es ínfimo. Esta falta de lugar, en complicidad con la
disminución de las perspectivas visuales que ofrecería una ochava, convierte a
esta esquina en una verdadera caja de pandora para el peatón desprevenido.
La
mujer que camina por San Martín, mientras se pinta los labios porque parece que
llega tarde y salió apurada, no tiene chance de ver con anterioridad la
presencia del repartidor de gaseosas que con su carrito ya vacío viene por
Tucumán. Cuando el labial aterriza en el canasto, donde minutos antes
descansaban las bebidas, ya es tarde.
Ni
que hablar de ese tipo de un metro cincuenta y cinco de altura que también
viene por Tucumán pero mirando culos y de golpe se encuentra de lleno con ese
par de tetas que venían doblando por San Martín en una mina de 1,80 con tacos.
Luego de sonrojarse y pedirle disculpas por el cabezazo sigue su camino no sin
antes girar su cuello y ver como se va.
Los
mozos que hacen delivery de a pie en la zona le escapan a esa esquina. Es una
amenaza constante para su bandeja, medialunas y cortados con dos de azúcar de las
8:30hs. La otra vez, al mediodía, un delivery pero de esos que lo hacen en
rollers, venía esquivando oficinistas por San Martín y tuvo la desgraciada idea
de doblar por ahí. Su rostro rebotó contra los pectorales inflados de aquel
patovica de civil que estaba llegando al gimnasio. La bolsa térmica con la
comida voló casi hasta la esquina de enfrente, que sí tiene ochava, y su cuerpo
conmovido quedó mitad en la vereda y mitad en el asfalto. Por suerte, o por
esas cosas del destino, cuando pasó raudamente el motoquero de la mensajería
casi rozando el cordón, su cuerpo ya se encontraba 100% en la vereda mientras
se escuchaba al patovica gritarle “PELOTUDO” y seguir su camino.
Así
como la falta de ochava genera sorpresas inesperadas para los distraídos
también ofrece incertidumbres para aquellos conscientes de su existencia.
Algunos peatones caminan con miedo. Bajan el ritmo de sus pasos, se van
deteniendo y estiran cuidadosamente sus cabezas y cuellos para poder observar
si viene alguien antes de intentar pasar. Algunas veces no encuentran a nadie y
pasan. Otras, la mayoría, un desprevenido los lleva puestos. En algunos pocos
pero complejos casos se da la situación del potencial cruce de dos peatones
conocedores del riesgo de ese ángulo recto. Potencial cruce porque entre las
dudas, las miradas de reojo y los amagues, el cruce queda en eso. Ambos se dan
por vencidos y cruzan la misma calle por donde vienen para evitar el
enfrentamiento. Renuncian a doblar
La
vez pasada un pibe que trabaja de programador junior en una empresa de sistemas
de por ahí y que venía por San Martín, chocó impunemente con una chica inglesa
que recién había salido del hostel que la aloja por Tucumán a apenas unos
metros de la esquina. Él iba en busca de un kiosko que no sabía que ya no
estaba. Ella a comprar unas Mogul por San Martín porque no encontraba el
paquete que había comprado ayer. Luego del choque se miraron. Fue un segundo
pero pareció una vida. Se dijeron a coro perdón y sorry respectivamente. Cada
uno siguió su camino con un cosquilleo y una sonrisa incipiente.
¿Alguien
conoce alguna otra esquina sin ochava?
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