LA SEÑORA DEL MOGUL

-       ¿Cuánto es?
-       Dos con cincuenta.

Él saca la plata y ella le da la moneda de vuelto.

-       Hola.
-       Hola.
-       ¿Cuánto es?
-       Dos con cincuenta

Él saca la plata y ella le da…

De lunes a viernes la misma rutina y ella siempre ahí. Pelo corto color caoba, polera violeta y aros colgantes negros, redondos y grandes. Seria, siempre seria. Su único gesto era decir dos con cincuenta y entregar la moneda de vuelto. Y era un único gesto, no se trataba de dos. No contaba con ninguna mueca más. Ni siquiera una muestra de fastidio ante esa permanente búsqueda de cambio por parte del cliente.

-         ¿Cuánto es?
-         Dos con cincuenta.

Entonces sacaba el billete… El ritual se mantenía a diario.

Fue un viernes de verano cuando, ante el mismo pedido del paquete de gomitas Mogul de siempre, ella se quedó inerte y sin respuesta. Él revisó visualmente la pequeña golosinera y no la encontraba. No había más. Con la plata en la mano pidió unas DRF. Las del paquete verde. $1,50 dijo ella. $2 le dio él.

Algo había cambiado. Ya nada sería igual.

Al lunes siguiente, luego del almuerzo, él se dirigió como siempre hacia ese kiosko. La presencia de la persiana baja lo sorprendió. Supuso un problema de salud, unas vacaciones merecidas quizás. La ausencia de un cartel, de al menos algún papel informativo plantaba la duda. Durante el resto de la semana todo siguió igual: nadie y nada. Por suerte todavía le quedaban dos pastillas de aquellas DRF de la semana anterior que indiscutiblemente las comía a un ritmo menor que sus ahora faltantes Mogul.

La persiana se mantuvo baja durante meses. Ella nunca volvió. Un día, no importa cuál, él pasó ya sin interés pero observó como ahora unos escalones reemplazaban a la vieja golosinera. La persiana ya no estaba baja y más allá encontró una puerta con tarifas. Mientras leía que la noche costaba u$s 30, una inglesa mochila al hombro abrió la puerta, lo miró, le sonrío mientras masticaba y le dijo ezquiuzmi. Él se hizo a un lado, ella pasó, le contestó con un zenquiu y se perdió por San Martín al doblar en ángulo recto en, quizás, la única esquina sin ochava de Buenos Aires (LINK A DOTA LA ESQUINA SIN OCHAVA). 
Segundos después, al volver su mirada sobre la puerta del ahora Hostel, ex kiosko, algo sobre los escalones lo dejó perplejo. Un paquete de Mogul empezado yacía en la entrada.

La gomita que faltaba ya había dejado de ser en la boca de la inglesa luego del ezquiuzmi y del zenquiu.


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