LA MANO

No cerraba. Al querer girar la llave para asegurar la puerta algo no lo permitía. No había forma para hacer que el pestillo ingresara en el rectángulo que lo esperaba en el marco. No cerraba.
Entre las opciones posibles, poner como traba a esa mesa que permanecía casi inútil parecía la mejor. Si bien no evitaría el ingreso de quien intentase entrar, por lo menos se lo dificultaría y el ruido de la mesa corriéndose despertaría a los bellos durmientes.
Los durmientes, minutos antes de serlos, se dieron el beso de las buenas noches y alguna que otra cosita más. De pronto, en algún momento de la noche profunda, un gran ruido como a mesa moviéndose lo despertó a él. Sobresaltado abrió los ojos sin entender que sucedía en ese instante que hace dudar si se trata de la realidad o de un sueño.
Segundos después, la oscuridad de la habitación desapareció. Alguien había encendido la luz. Este dato inequívoco lo hizo mirar hacia el frente. La mesa estaba corrida, la puerta entreabierta y una mano tanteaba sobre la pared mientras el resto de su cuerpo aguardaba afuera. El durmiente se levantó corriendo y se abalanzó sobre la puerta. Cuando la iba a cerrar con violencia, justo como la situación lo ameritaba, observó los ojos idos del dueño de la mano que estaban en la oscuridad del patio justo detrás de la puerta.

- Buenas noches - empezaron a decir los ojos
- ¿Tendrá una cama libre? Hip - terminaron de decir
– No - dijo el durmiente descalzo y vistiendo un boxer negro.

En un rápido movimiento cerró la puerta, volvió a trabarla con la mesa y se quedó sentado en la punta de la cama mientras intentaba tranquilizarse. Su mujer, dormida, le preguntó, balbuceante:
- ¿Qué pasó?
- Nada, nada seguí durmiendo.
Él se volvió a acostar. Sobre la pared blanca, al lado de la puerta, quedaron marcados los dedos de esa mano nocturna.

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