Se
abren las puertas, el viaje acaba.
8:48 A 9:05
Entre
la chica de rulos y el hombre sin pelo no había más de dos tres centímetros.
Entre el hombre sin pelo y la señora de sombrero se podían contar alrededor de
4.5cm. Detrás, entre la señora y la presencia del estudiante con mochila y
muchas pecas, no existía distancia alguna. Comprobado: la tasa de natalidad se
incrementa con mayor rapidez a medida que las demoras en el subte aumentan. Se
cree que el momento de mayor fertilidad subterránea se da entre las 8:48 y las
9:05 am. Momento exacto en que las distancias se acortan y los pasajeros se
superponen. La estadística no reconoce diferencias. Los embarazos se
multiplican y rozan lo inexplicable. Ancianas con repentinos antojos, señores
con panzas notorias de diez semanas que salen a la luz ante el inútil esfuerzo
del botón de la camisa por no abrirse. Jóvenes parejas que luego de nueve meses
descubren que el recién nacido tiene rasgos sospechosamente similares al de
aquel nigeriano grandote que subió en Carlos Pellegrini. Más de un oficinista llega
a destino con alguna que otra náusea. La situación se vuelve incontrolable. A
modo de prevención, las farmacias apostadas a escasos metros de las entradas al
subte dejan de vender viagra a las 08:30. En cambio, aquellas situadas a pocos
metros de las salidas comienzan a vender la pastilla del "viaje
después". Desde los parlantes recuerdan a los pasajeros que conserven sus
pases y tarjetas recargables por lo menos nueve meses. Resultan de inestimable
ayuda para organizar los análisis de ADN que se solicitan a granel.
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