LOS LÍMITES DE LA CABALLEROSIDAD

Mañana fría, 8hs. Se acerca a la parada para tomar el colectivo. Cuando llega ya aguardaban al 106 dos mujeres. Se coloca en la fila. Pasan dos minutos y mientras se fija la hora, el colectivo todavía no viene. Llega una tercera mujer. Señora ella, se coloca detrás. Él comenzó a calcular la incidencia de esa mujer en el abordaje del colectivo. Ya dos personas por delante ante un transporte colmado de pasajeros podrían hacer peligrar su viaje a tiempo. Una tercera, la señora, reduciría aún más sus posibilidades. Mientras la experiencia matinal en el 106 le dice que no, su caballerosidad le dice que sí. La dejaría pasar. Los minutos seguían transcurriendo. Pasan dos 99, un 124 y un 84. Tal cual dice la regla siempre llega antes el colectivo que uno no espera y cuando uno necesita ese colectivo el mismo nunca llega. Paralelamente seguían llegando ellas. Más mujeres que se organizaban a su espalda. Nuevamente su experiencia matinal y su caballerosidad debatían sobre qué decisión tomar. ¿Dónde establecer el límite?
De pronto, escondido detrás del 181 apareció el 106. Se lo apreciaba repleto. La primera de las señoras lo para, la segunda se prepara para subir y él piensa. Sube la primera, la segunda, la caballerosidad se impone, él se abre y ofrece el ascenso a la tercera. Luego de un amague, síntoma de la duda, también le ofrece el paso a la cuarta mujer. Se trataba de una chica de 24 años estudiante de letras. Cuando ya la quinta mujer apresuraba el paso para intentar subir, la experiencia matinal se impuso y él la cruzó. La quinta mujer lo miró como ofendida. Él sube, medio cuerpo adentro y el resto afuera. Mientras el chofer grita: arriba, arriba que nos vamos, arriba que cierro, arriba, el 106 arranca. La quinta mujer, ofendida, le gritó: ¡Irrespetuoso! ¡Maleducado!
Él respondió: Caballero sí, boludo no.

El boludo del colectivo lo escuchó y se sobresaltó.

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