COLÓN Y SU NOCHE LOCA

En la caminata del post mediodía casi que no habíamos cruzado seres vivientes más allá de unos cuantos perros. En esta caminata nocturna la ciudad era otra cosa. Decenas y decenas de peatones en plan de ir a cenar, a comprar, a caminar. Decenas y decenas de autos y cuatrosxcuatros transitando por la 12 de abril, por Urquiza, por San Martín. No enloquecedores miles de vehículos. No. Simplemente algunas decenas.
La noche nos invitó a pasar por Heladería Italia. No se puede pasar por una ciudad, por un pueblo, el que sea, sin degustar el helado local. Es un rito, una obligación, un placer.
El cartel luminoso del local mostraba la foto de dos nenas disfrutando de su capelina de tres bochas: frutilla, vainilla y chocolate. Sonreían. Una con sus dientes muy separados y la otra con los ojos entrecerrados. Buzo rojo para una, rosa para la otra. Era una foto familiar de verdad utilizada como foto publicitaria. Nada de Photoshop ni modelos 906090 saboreando ninguna cuchara en pose sexy. No, la foto ochentosa, de quizás las propias hijas de los dueños, era la punta de lanza de la cálida sencillez del lugar. Si, porque la heladería tenía una cálida sencillez.
Nos sentamos en uno de los bancos de la vereda con la combinación de menta y limón en la mano. La noche de Colón empezó a pasar por delante nuestro como en una cinta transportadora de dos direcciones. La avenida principal. El paseo comercial. Una nena grita:

-¡¡Control, control!!

El corredor que venía a contramano por la avenida casi se pasa pero frenó ante la mesa. Transpirado, con su remera dry fit correspondiente, shorticito negro bien corto y zapatillas reglamentarias. Todo un runner. En la mesa, el padre de la nena le pide nombre de equipo y número. Se lo informa y sigue corriendo. El padre de la nena anota y marca algo en su celular. Treinta segundos después el que casi se pasa por no escuchar los gritos era un corredor disfrazado de payaso. Luego vinieron Batman con el guasón, que se robó un grisin de la mesa informal de control. Minutos después un hombre corría con su mujer atada a su espalda. Ella también corría. Pasaron un bañero con un salvavidas cruzado al pecho, una bruja con escoba, un corredor que hacía las veces de bebe. También otro que a la pregunta: ¿De qué equipo sos? Respondió: Soy de Corre Colón dejando constancia que no se tomaron el trabajo de contratar ni a Agulla ni a Bacetti para pensar los nombres.
Se trataba de una carrera nocturna por el centro de Colón con premios al mejor disfraz. Y los tipos corriendo por la calle, por la vereda, entre las mesas de los bares. Y el puesto de control que era un padre y su hija sentados en una mesa comiendo una picada con gaseosa para ella y con cerveza bien fría para él. Sin señalización, la única referencia para los corredores era el grito de la nena. Cuando la veían agitar sus brazos, muchos la saludaban y seguían corriendo suponiendo que se trataba de una fan al paso. Pero no. Metros después entendían el gesto y el grito de control, control y volvían. Niñá indicial, niña señal.

Todavía quedaba helado, solamente menta, ya nada de limón, cuando a lo lejos se oyó una voz: era un guitarrista a la par de una camioneta con altoparlantes a los que estaba conectado el micrófono que un asistente le mantenía firme para que se escuche su canto.
El pastor iba más adelante. Con otro micrófono alentaba a los fieles que iban de a decenas por detrás de la camioneta y del pesebremóvil. La procesión va por la 12 de abril. Y el pastor, en pleno agite pre navideño, anunciaba que el mesías había llegado a Colón. Y en eso estábamos cuando volvió a pasar Batman con el guasón de coequiper por delante de la mesa de control, control, control, controooool…

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