En las semifinales del 90, además de aquel gol a Zenga,
Claudio Paul tocó infantilmente la pelota con la mano cuando esta transitaba
sin peligro la mitad de cancha. Fue un acto reflejo, un segundo de distracción
o simplemente una gilada. Esa mano fue amarilla y la amarilla era la segunda en
el torneo. Caniggia se quedaba sin su final del mundo.
En el ‘94, desde Buenos Aires se podía ver la imagen de la Selección ingresando a
jugar contra Bulgaria fundida con la de Maradona que lloraba junto a Paenza
post efedrina. Argentina se había quedado sin su máxima estrella y el peso de
la historia comenzaba a recaer sobre las espaldas de Caniggia, el segundo. El
peso fue demasiado. A pocos minutos de comenzado el partido que sería derrota,
al esposo de la Nannis se le cortó, en este caso literalmente, la pierna. Desgarro,
cambio y desazón. En pleno velorio, te avisan que se acaba de morir el hermano
del muerto. Tristeza incontenible. Cani se quedaba a fuera del que se
encaminaba a ser su Mundial. Stoichkov y compañía hicieron el resto. Mientras
Paenza todavía resolvía ecuaciones para saber cuándo, dónde y contra quien
jugaríamos en octavos, el último gol de Nigeria contra Grecia confirmó que el
rival del fin sería Rumania.
En el ‘98, Caniggia jugaba en Boca. Era figura, goleador
y volvía a tener destellos propios de sus mejores tiempos. El rumor y el pedido
silencioso de la historia era incesante. Passarella lo convocaría. Se decía que
la duda era él o Bassedas. Todo giraba en torno a si llevaría un delantero o un
volante más en un plantel casi definido. El DT eligió un delantero: Abel Balbo.
Quizás por falta de feeling, antecedentes o pelo largo, Claudio Paul se quedaba
afuera del que se suponía podría haber sido su último Mundial.
En el 2002, Caniggia ya llevaba un tiempo retirándose en
Escocia. Primero en el Dundee y luego en el Glasgow Rangers siendo figura.
Bielsa, amante de los punteros rápidos, lo citó a sus 35 para la última etapa
pre mundial. Quizás vio en él la pizca de velocidad y vértigo que el equipo
venía perdiendo silenciosamente justo antes de su gran objetivo. Pocos días
antes del comienzo de la Copa ,
Cani se desgarró. Las cuentas daban no menos de 20 días pero el Loco lo llevó
igual para que pueda serle útil a partir de octavos. Pero el partido con Suecia
terminó siendo decisivo. Ganar o ganar. Bielsa lo probó y lo puso en el banco
para tenerlo disponible en el segundo tiempo por si hiciese falta. Claudio Paul
no le dio tiempo. Cuando todavía no terminaban los primeros 45 minutos no tuvo
mejor idea que protestarle al árbitro desde el banco. Seguramente un gesto o un
insulto fue lo que desencadenó esa insólita roja directa a un suplente.
Caniggia se quedaba sin jugar su último Mundial cuando más se lo hubiera
necesitado ante esas infranqueables torres suecas.
Fue leyenda, pudo haber sido mito. Al libro de las copas
del mundo le quedaron páginas en blanco.
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