CANIGGIA Y LOS MUNDIALES

La historia de Claudio Paul Caniggia y los Mundiales no se compone solamente de esos cuatro hitos inolvidables. No es sólo el gol con gambeta larga a Taffarel para dejar afuera a Brasil luego de sufrir un baile que fue palo y palo (siempre los nuestros). No es sólo el cabezazo de espaldas a Walter Zenga para hacer callar a toda Italia que comenzaba a despedirse de su propia fiesta. Tampoco los dos goles al arquero nigeriano Rufai para dar vuelta el partido luego del cual a Maradona se lo llevarían de la mano para cortarle las piernas. No, la historia del Hijo del Viento en copas del mundo fue y pudo haber sido mucho más, pero amarillas, desgarros, rojas y no convocatorias condicionaron el alcance de su leyenda.

En las semifinales del 90, además de aquel gol a Zenga, Claudio Paul tocó infantilmente la pelota con la mano cuando esta transitaba sin peligro la mitad de cancha. Fue un acto reflejo, un segundo de distracción o simplemente una gilada. Esa mano fue amarilla y la amarilla era la segunda en el torneo. Caniggia se quedaba sin su final del mundo.

En el ‘94, desde Buenos Aires se podía ver la imagen de la Selección ingresando a jugar contra Bulgaria fundida con la de Maradona que lloraba junto a Paenza post efedrina. Argentina se había quedado sin su máxima estrella y el peso de la historia comenzaba a recaer sobre las espaldas de Caniggia, el segundo. El peso fue demasiado. A pocos minutos de comenzado el partido que sería derrota, al esposo de la Nannis se le cortó, en este caso literalmente, la pierna. Desgarro, cambio y desazón. En pleno velorio, te avisan que se acaba de morir el hermano del muerto. Tristeza incontenible. Cani se quedaba a fuera del que se encaminaba a ser su Mundial. Stoichkov y compañía hicieron el resto. Mientras Paenza todavía resolvía ecuaciones para saber cuándo, dónde y contra quien jugaríamos en octavos, el último gol de Nigeria contra Grecia confirmó que el rival del fin sería Rumania.

En el ‘98, Caniggia jugaba en Boca. Era figura, goleador y volvía a tener destellos propios de sus mejores tiempos. El rumor y el pedido silencioso de la historia era incesante. Passarella lo convocaría. Se decía que la duda era él o Bassedas. Todo giraba en torno a si llevaría un delantero o un volante más en un plantel casi definido. El DT eligió un delantero: Abel Balbo. Quizás por falta de feeling, antecedentes o pelo largo, Claudio Paul se quedaba afuera del que se suponía podría haber sido su último Mundial.

En el 2002, Caniggia ya llevaba un tiempo retirándose en Escocia. Primero en el Dundee y luego en el Glasgow Rangers siendo figura. Bielsa, amante de los punteros rápidos, lo citó a sus 35 para la última etapa pre mundial. Quizás vio en él la pizca de velocidad y vértigo que el equipo venía perdiendo silenciosamente justo antes de su gran objetivo. Pocos días antes del comienzo de la Copa, Cani se desgarró. Las cuentas daban no menos de 20 días pero el Loco lo llevó igual para que pueda serle útil a partir de octavos. Pero el partido con Suecia terminó siendo decisivo. Ganar o ganar. Bielsa lo probó y lo puso en el banco para tenerlo disponible en el segundo tiempo por si hiciese falta. Claudio Paul no le dio tiempo. Cuando todavía no terminaban los primeros 45 minutos no tuvo mejor idea que protestarle al árbitro desde el banco. Seguramente un gesto o un insulto fue lo que desencadenó esa insólita roja directa a un suplente. Caniggia se quedaba sin jugar su último Mundial cuando más se lo hubiera necesitado ante esas infranqueables torres suecas. 

Fue leyenda, pudo haber sido mito. Al libro de las copas del mundo le quedaron páginas en blanco.

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