Primero
llegó él. Una mezcla perfecta entre un nerd de 25 y un nene de 10. Su mirada ida.
Como que estaba pero no. Su voz, pegajosa, hacía recordar aquellos chistes de
gangosos. Esos que no necesitan remate. Causan gracia por si solos, por su
desarrollo, por su textura. Tras él cayó, literalmente, una especie de Mariano
Closs luego de haber relatado un cero a cero entre Bolivia y una de las dos
Coreas por Canal 7. Mirada altiva; una voz, con cierta carraspera, que era muy
bien acompañada por un intento de tono chillón que no se animaba a ser. Si bien
tenía un aire, fresco, muy fresco, al relator, su tarea era la de un eximio
comentarista. Cortitos y al pie que quedaban flotando hasta ahogarse. Pasados
algunos perplejos momentos de pegajosa y chillona charla, hizo su aparición él.
Temeroso, posaba las manos en su cara mientras con la boca se comía las uñas.
Todo le parecía distante. Se mantenía fuera de la conversación, del tiempo, del
espacio. Su gesto en permanente tensión era inmutable. Lo acompañaba con una
mirada de intelectual francés pero con miedo. Mientras él intentaba estar pero
no podía, llegó el último y estelar protagonista. Su pulcritud y delicada
presencia dominaron la escena. Inquieto, hiperactivo, no dejaba de acomodarse.
Cabellera rapada, papada presente y dieta ausente. Mientras sus manos pedían
suave y levemente a la moza que se acerque, sus ojos, punzantes, miraban a su
alrededor. Buscaban a todo aquel que estuviese atento a él. Un trago rosa con
dos pajitas, que hacía juego con su camisa, llegó al instante. Pegajosa y
chillona, la noche se volvía temerosa y delicada. Si bien les faltaba un
jugador, sugestivamente, el equipo ya estaba completo.
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