DESPERTAR

El fin

Saqueo en Haedo. Corridas en La Matanza. Balas de goma en Lanús.
“…declaro el estado de sitio en todo el territorio…”, decía el presidente en la TV a eso de las veintidós y diez.

-         ¿Escuchás? ¿Qué es ese ruido?
-         Un loco, de un balcón.

Me llaman:
-         Sí, todo tranquilo. Sólo algunos vecinos golpeando cacerolas ¿por?

Se sigue sumando gente. Cada vez son más. Resuenan los palos en el poste de luz. Por el tubo del teléfono también lo escucho. El ruido venía de Caballito. Era el mismo sonido. Los mismos cantos. Los mismos gritos. Sucede lo mismo en Nuñez, Belgrano, Paternal…

-         ¡Tené cerrado! Va una marcha para allá.

Diez minutos después me lo repiten. Salgo a la calle. A lo que quedaba de ella. El resto era todo hombres y mujeres. Miles y miles de cabezas. Una al lado de la otra. Como nunca. Cada vez más cerca. Cada vez más fuerte. De repente, alguien enciende la esquina. Otro corta el tránsito. Los demás golpean y golpean.

Caminan. No deja de sonar. Todo es cacerolas y sonrisas. Sí, sonrisas. Alegres. Cada vez más despiertos. Libres. Bronca y alegría reprimida por años.
No dejan de pasar. Se hacen las doce de la noche. Parece que todo está por comenzar. Llega el taxi. Contra la corriente, mientras todos vienen, me voy; cuanto más lejos, mayor cantidad de personas. Las avenidas se hacen intransitables; las calles, fantasmales. Humo, gomas, maderas y papeles.
Llego a casa. Con la melodía de las ollas y sartenes de fondo. ¡Es increíble!, exclamo.

“…renunció el ministro Cavallo…”. La pantalla del televisor gritaba. Un furioso rojo con letras blancas lo mostraba. Imposible irse a dormir.

El comienzo

“…lentamente llegan columnas a la plaza…”, decía la tv llegando al mediodía.
     El ambiente es espeso. Parece un día de paro. Pero, supuestamente, nadie lo convocó. Irremediablemente hoy algo va a suceder.

-         ¡Destrozaron C&A!, asegura uno.
-         ¡Vienen rompiendo todo desde Medrano!

Los rumores son incesantes. Todo pasa alrededor. Todos se dirigen a la plaza. Los cuatro grandotes también. Cada uno con su pañuelo verde en el cuello. Aplaudiendo y al ritmo de fuera De la Rúa. La amenaza permanece latente:
-         “Que se vaya, sino…”.

“…reprimen a las Madres en la plaza…”, seguía relatando la tv.

Ingresa alguien intrigante:
-         Cierren todo, se viene la pesada, nos advierte.

Toda la avenida baja las persianas. Los autos aprietan sus bocinas. Las señoras golpean sus cacerolas. La gran mayoría se va. Los muchachotes vuelven. Ahora con sus pañuelos cubriéndoles la cara. Los ojos se irritan. Los gases se sienten.

“…dos muertos en la plaza…”.

Las noticias son cada vez más duras. Las corridas. Se desata la locura. El gesto de aquél hombre. En su rostro se ven los tristes recuerdos. El miedo a que vuelvan. Pasa rauda y temerosamente el patrullero. Su sirena conmueve. Las ambulancias interminables. Se van pero su sonido permanece. Se oyen a lo lejos. Sucede todo cada vez más cerca.

“…es inminente la renuncia…”
Una inminencia infinita. Cada hora que pasa deja una vida en el camino. La decisión se demora. Lentamente se retrasa. La tensión aumenta. Las familias regresan. El microcentro es un campo de batalla. Confusión. Miradas perplejas. Todo se oscurece.

La noche

En Internet, la foto. El helicóptero. La retirada. En la calle, la película. Todo continúa. Casi no hay autos. Los carritos ganan la escena. Con pan y bebidas. Bolsas llenas de carne. El supermercado desparramado en la vereda. Siguen los gritos. La gente corre. Sin dirección.
     Es la imagen de una ciudad devastada. Temerosamente anárquica. Sin control. Todo se rompe. Todo se lleva. Se arrastra, se carga. Las vidrieras estallan contra las piedras. Detrás de estas ingresan quienes las tiraron. Sacan lo necesario, lo imprescindible. Lo que no, también.
     A mitad de cuadra evitan un saqueo. Vecinos contra vecinos. Unos contra otros. Todos contra todos. El patrullero acelera. Los rifles por la ventana. Buscando a nadie. Corriendo a todos.

“…Puerta renuncia, convocarían a la Asamblea…”

     Despertamos una noche. Pateamos el tablero. Pero siguen. Barajan y dan de nuevo. Los mismos reyes, el mismo juego.

     Casi tropiezo con una cajita de cartas. Estaba en el piso. Un mazo nuevo.




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