EFICIENCIA POLICIAL
Barrio
de Once. 23hs. La Plaza Miserere a dos cuadras y el colectivo que no venía. La
espera se hacía larga y oscura. En la esquina se iba aglutinando bastante
gente. La mayoría con bolsos o mochilas. Todos parecían terminar su día. Llegaban
y se escondían aprovechando la vuelta de la ochava. Sólo quedaba uno, handy en
mano, que aguardaba sin temor a la exposición. A dos semáforos de distancia se
podía divisar una camioneta blanca que se aproximaba. El hombre del handy
comenzó a gestualizar; apresurado, pedía a los de bolsos y mochilas que se
acerquen. Lo hacían ordenadamente y en fila. La camioneta, mientras llegaba,
bajaba su velocidad. Al llegar a la esquina se detuvo. A lo lejos se oía
fuertemente una sirena. El patrullero se acercaba violenta y rápidamente. La
camioneta, que se sabía ilegal, todavía no arrancaba. Ante el grito del chofer
de la combi, el organizador apuraba aún más a los que todavía no subían. Cuando
se disponía a cerrar la puerta con la pierna del último pasajero todavía
afuera, el patrullero llegó. Ante la impavidez de todos, frenó de golpe frente
a la camioneta. La cruzó para que no se escape. Algunos vecinos, temerosos, se
alejaban. En cambio, otros, más curiosos, se acercaban. Bajó uno de los
policías. Los otros dos se mantenían, expectantes, en los asientos delanteros.
Miraban fijamente al chofer de la camioneta que no sabía como reaccionar. El
oficial corrió hasta la puerta todavía abierta. El del handy se alejó para no
impedirle el inminente paso. Intimidante, el policía ascendió a la camioneta.
Con gesto duro y recto, encaró al chofer. “Te agarré”, le dijo agitado,
mientras llevaba su mano derecha al costado de su cintura. El conductor
temblaba. El miedo le ganaba hasta que el oficial dijo: “Uno hasta Laferrere.
Pensé que no llegaba”.
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