EL ABUELO, EL FITITO Y LAS FLORES

Barrio de Once, pleno día. Ese fitito de bordó brillante recién lustrado sobresalía de su entorno. A lo lejos se dejaba ver un enorme ramo de flores dentro. Se abre la puerta y comienza a descender un señor mayor, muy mayor. Zapatos de charol color negro con un brillo que nada tenía que evidiarle a aquel bordó. Pantalón beige, bien clarito, saco marrón oscuro y a cuadros. Cuadros pequeños. Del bolsillo izquierdo del saco sobresale un gran pañuelo de seda que hacía juego con el fitito por su color. El pelo canoso engominado y la sonrisa de un novio primerizo. Tomó el enorme ramo de rosas rojas, muy rojas. La composición era perfecta. Ahí parados el fitito, las flores y él. Comenzó a caminar lentamente, con pasos cortos que no despegaban los pies del piso, hacia la puerta que lo esperaba. De golpe frenó y apretó un botón del llavero. El fitito hizo beep. Siguió avanzando. Tocó el timbre y se quedó aguardando detrás de las flores. Una voz femenina preguntó ¿Quién? Su voz masculina dijo: Yo. Cincuenta segundos después bajó y abrió la puerta una mujer de poca ropa y mucho cuerpo. Lo saludó efusivamente con un sensual “Hola Bebe, pasá”. Tembloroso, entró y ella cerró la puerta.

En el escalón de la entrada quedó una tarjeta que se le cayó al abuelo: “Alessandra, fantasías y algo más”, decía. 

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