MALVINAS, LA HUELLA

Malvinas, una tarde de otoño de 2012.

Stewart sale de su casa. Cierra la puerta, gira y comienza a caminar hacia su derecha. A lo lejos se ve un gran cartel que dice Falklands. Da dos pasos más y tira el envoltorio de ese chocolate que acaba de terminar de comer. El bollo pega en el cesto que cuelga del árbol. Hace una pirueta muy audaz y entra. Stewart sigue camino hacia su trabajo.
Unas 4 horas y media después, Stewart vuelve a su casa para almorzar y luego volver al local. Cuando todavía le faltaban unos pasos para llegar algo lo sorprende en la base del árbol donde estaba el cesto. Se acerca y ve una mancha de sangre. Se agacha y ve que esa sangre esta muy seca. Excesivamente seca.

-         ¿Cómo puede ser? - se pregunta.
-         ¿Esta mancha no estaba cuando salí y ahora parece vieja?

Le consulta a un par de vecinos. La Sra. Grinton le dice que no vio ni oyó nada raro. El Sr. Keane tampoco recuerda haber escuchado nada extraño.

-         ¿Cómo puede ser? Un lugar tranquilo como esta cuadra, tanta sangre y nadie sabe nada.

Stewart se da cuenta que la mancha en realidad es una huella. Se extienda como una línea zigzagueante por la calle. Comienza a seguirla. Parece interminable. Continúa más allá del asfalto. Sale de la zona urbana. Las características construcciones con techo a dos aguas empiezan a quedar lejos.
La huella va hacia esos lugares a donde ya nadie va. O por lo menos casi todos tratan de evitar. La zona donde perduran los despojos de la guerra. Zona de cascos rotos, de minas perdidas, de casquillos usados. De algunas ropas viejas y demás rastros del horror y la estupidez humana. La huella de sangre seca surca las piedras. Sigue haciéndose paso entre el barro y esos residuos de hace años.
La huella frena en un punto. Desaparece del horizonte cercano. Se la traga la tierra. Stewart frena con ella. Se pone en cuclillas y comienza a escarbar entre las piedras y la tierra como haría un perro buscando su hueso. Logra excavar un poco y de pronto parte de la tierra cercana se derrumba. Un pozo. En realidad una vieja trinchera. Stewart busca aún más con sus manos y logra observar un paquete de cigarrillos vacío. El envoltorio indicaba que supieron ser unos Marlboro. Un envoltorio lo suficientemente viejo como para haber sido de algún soldado argentino que los usaba para aliviar el frío. O la ansiedad. Seguramente la angustia. Al lado también observa una bombilla tirada. Unos centímetros más allá, para su sorpresa, se encuentra con un cigarrillo encendido. ¿Encendido?, se pregunta sin poder entender.

Lo agarra con sus dedos, lo gira y nota manchas de sangre. Manchas tan secas como las de la huella.
Su asombro era enorme. Una huella de sangre seca que denotaba ser muy vieja recorriendo un largo camino en el que horas antes no estaba. La huella que se pierde en una vieja trinchera enterrada y dentro de ella un cigarrillo encendido como si hubiera sido fumado recién. Como si alguien lo hubiera dejado hace no más de cinco minutos. ¿Qué significa todo esto?, se pregunta.

Stewart vuelve rápidamente hacia su casa mientras busca una explicación en su cabeza. Ingresa y le cuenta a su padre todo lo que vio. A pesar de lo agitado que estaba y los nervios con los que contaba lo sucedido, su padre logró seguir el hilo del relato. Una vez que su hijo terminó, se quedó pensando qué era todo esto. De qué se trataba. Cuando el silencio incrédulo se había apoderado de la situación, de golpe, el padre reacciona. Abre bien grandes sus ojos y exclama:

-         ¡La enfermería!
-         ¿Qué enfermería? - le pregunta Stewart. 
-         La enfermería. Acá al lado, donde hoy está ese árbol y la casa de los Grinton, los argentinos atendían a sus heridos.

Ambos se miraron sin creerse lo que pensaban. Ambos salieron corriendo hacia el árbol. Ambos llegaron rápidamente.

La huella ya no estaba.

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