“En muchas culturas africanas está extendida la
creencia de que el ser humano muere
definitivamente sólo cuando muere la última
persona de los que lo han conocido y recordado”.
Ryszard
Kapuscinski,
Ejercicios
de la memoria,
La
Jungla Polaca
Enrique viajaba sentado en el
primer asiento doble del lado de la ventanilla. El 106 iba por la altura del
Cid Campeador. En la primera parada luego de tomar Av. Gaona subió una persona
canosa y muy corpulenta de unos ochenta años. Le dijo al chofer uno sesenta y a
Enrique la voz le resultó conocida. Lo comenzó a mirar mientras lo buscaba en
sus recuerdos. El hombre corpulento notó la mirada y también le resultó
familiar aquel rostro.
- ¿Edgardo? - grito Enrique.
- ¿Quique? - gritó Edgardo.
- ¿Cómo estas?
- ¡Tanto tiempo! - se dijeron al
unísono.
Edgardo se sentó al lado de Quique. Los dos eran lo suficientemente
grandotes como para que el asiento doble no alcanzase pero más o menos se las
arreglaron para poder conversar.
- ¿Qué haces por acá? - comenzó preguntando Edgardo.
- Nada, vengo de lo de María.
- ¿María la esposa de Juan Carlos, el de la ferretería?
- Si, ella.
- ¿Y Juan Carlos? ¿Por dónde anda?
- Ah, ¿no te enteraste?
- No, ¿qué?
- Murió.
- Nooo, ¿de verdad me decís? ¡Uh!
- Hace tres años.
- ¡Pucha che!
El viaje seguía. Se preguntaron por sus trabajos, por sus
hijos, por sus nietos. Cuando Enrique preguntó por Leticia, la esposa de
Edgardo, este lo miró sorprendido. Quique se quedó.
- Ah, ¿no sabías?
- No, ¿qué?
- Murió.
- ¡Uh!
- Hace dos años.
- ¡No…!!
El 106 ya cruzaba Gaona y Caracas. La charla seguía.
- Che Quique ¿te acordás de esta esquina? ¿Acá no era el
barcito de Norberto?
- Si, era por acá. Pero en la esquina esa de allá.
- Ah, mirá que remodelado que está. ¿Sigue siendo de él?
- No, lo vendieron los hijos.
- ¿Los hijos? ¿Y Norberto?
- Norberto Murió.
¡Pucha che!, repetía contrariado
Edgardo. A Quique le sonaba el celular pero no atendía.
- ¿Quién es? Atendé.
- No, es Ana, mi hija. Después la llamo.
- ¿Ella sigue en la administración del club? Hace años
que no voy.
- Si, sigue ahí.
- Mira vos, cuánto tiempo.
- Si, sigue ella. Está Raquel, Alberto, Héctor.
- Ja, que grande Héctor. Que buen tipo.
- Si, un gran tipo.
- ¿Y Esteban? ¿Se fue?
- No, Esteban... ¿No te enteraste?
- No, ¿que? No me digas...
- Si.
- ¡No! ¡Pucha che!
El 106 seguía su camino y Edgardo advirtió que estaba a
punto de pasarse.
- Uh, Quique, me tengo que bajar.
- Bueno, pero dejame tu celular y nos encontramos un día
de estos.
- Dale, un gustazo. Anota 15683...
- Qué bueno haberte encontrado - le seguía diciendo
Edgardo mientras le daba un abrazo.
- Nos vemos le contestaba Quique.
- En cualquier momento - respondía Edgardo ya parándose.
Se va hacia la puerta de atrás. Apreta el botón del timbre
y espera, sonriente, mirando a Quique que se da vuelta para seguir
despidiéndolo, también, con la mirada. El colectivo para a un metro y medio del
cordón. Sin dejar su sonrisa, Edgardo desciende. Un bocinazo y el grito
desesperado del motoquero que pasa a setenta y cinco centímetros del cordón lo
sorprende.
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- Hola Ana ¿vos me llamabas?
- Si Pa, ¿como estas? ¿Qué pasa que no me atendés?
- Nada, nada, ¿te acordás de Edgardo?
- ¿Qué Edgardo?
- Edgardo, el padre de Lucía.
- ¿Lucía la del almacén de la esquina de casa?
- Si él, el padre. Me lo encontré recién en el colectivo.
- Ah, ¿y que es de su vida?
- Nada: murió.
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