TIBURÓN

Cabo Polonio, media tarde y estás llegando a la playa. Muchas familias, pibes con tablas de surf, niños con baldes haciendo formas en la arena, mucha gente en el agua. De golpe una familia tipo completa comienza a señalarse mutuamente algo allá lejos en el agua. Mucho más al costado, una pareja de novios también mira hacia allí. A menos de treinta metros de la orilla podía observarse como aparecía y se escondía la aleta dorsal de un tiburón. Los dedos índices comenzaron en forma generalizada a cumplir su función. Todos en el agua marcaban lo mismo y desde la arena comenzaban a imitarlos. Muchos miraban, otros corrían en busca de sus cámaras y unos pocos, no más de tres, se acercaban lentamente hacia el escualo. Nadie salía del agua. Por un momento pareció acercarse un poco más, a unos 20 metros quizás. Casi todos los mayores de 25 años ya habían repasado la imágenes de Tiburón I, II y III (salvo el pibe de la cama inflable que no había visto la última). La aleta dorsal comenzó a aparecer cada vez más lejos. La calma ganó el agua y nuevamente cada cual a su rutina. Los flacos fibrosos a hacer pinta, las colas del gym a salirse del cuerpo de ese par de chicas, los pibes con el abuelo a jugar al tejo, las dos nenas a la pelota paleta.
Segundos después, desde el agua una nena rubia pegó un grito que cortó el aire a cuchillo. Por un segundo chau rutinas, todas las miradas allí. Pero no fue nada. Pobre, había pisado imprevistamente un caracol.

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