Paralelamente,
la charla es un clásico. "Qué calor que hace", "el tránsito está
insoportable", "para qué lo voté" y demás comentarios abren el
diálogo. Pero cuando el concepto de circularidad se traslada del ámbito del
espacio y la distancia al de la charla, la cosa se vuelve complicada:
-
Hace un calor bárbaro, ¿o no?
-
A estos habría que matarlos a todos, ¿o no?
-
Todos se quejan pero nadie labura, ¿o no?
La
respuesta se volvía inevitable: "Sí,
claro…”, “No es tan así…" pero el diálogo con sí mismo imposibilitaba la
completitud de la respuesta.
-
Hay que estar acá arriba doce horas ¿o no?
El
taxista dejaba ver una cabellera enrulada y una remera roja manga corta. Su
perfil derecho mostraba cierto cachete mofletón mientras cada "¿O no?" iba acompañado por un
corto pero efectivo giro de cabeza que hacía tambalear leve pero temerosamente
al taxi.
-
Doblo en esta, ¿o no?
No
había forma de saberlo: ¿Manejaba más pendiente del tráfico y del recorrido o
de la respuesta irremediable y a su vez interrumpida? El viaje era una simple
excusa. La repetición al infinito del imperecedero "¿o no?" se volvía el motivo de la tarea, un objetivo en
sí mismo.
-
Para qué lo voté, ¿o no?
-
Usted también lo votó ¿o no?
-
¿Quiere que agarre por Pueyrredón o por Córdoba? ¿O no?
La
cabeza giraba y el auto se sacudía.
-
De la mano izquierda si puede ser
-
¡¡Como no!! Acá está bien, ¿O no?
-
Son $11, ¿O no?
-
Uhh, tiene $1, ¿O no?
Su
insistencia no permitía más que un gesto que no llegaba a ser respuesta. Las
preguntas se sucedían una a la otra encadenadas por cúmulos de "O nos" que oficiaban de
eslabones interminables.
Finalmente
logré pagar, abrir la puerta y bajar. ¿O no?
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