PALOMA

La vereda venía tranquila. Baldosas flojas pero sin lluvias, poca gente a esa hora de la mañana y uno que otro residuo fisiológico de perro fácil de esquivar. Más allá, un conjunto de palomas. Avancé unos metros más, hacia ellas. La bandada desplegó sus alas y partió rauda hacia el cielo. Salvo una. Curiosamente, esa paloma comenzó a volar hacia mí. A gran velocidad, de frente y a la altura de mis ojos. Me miraba. Primero a diez metros, luego a ocho, a siete, a cinco. Cuanto más cerca, más rápida. En una fracción de segundo quedó a menos de tres metros. Yo frené mis pasos. Quedé rígido mirándola en posición símil Navarro Montoya ante un delantero en un mano a mano del año 1994, pleno Boca de Menotti: parado, manos a los costados, rodillas mínimamente flexionadas y esperando el choque. La paloma también frenó. Quedó estática, flotando en el aire como un helicóptero haciendo tiempo para lanzar su primer misil. Nos medimos durante segundos hasta que la paloma levantó vuelo. Se escapó por arriba de mi cabeza volando bien alto. Me di vuelta. Ya estaba lejos.
Con el misterioso incidente ya superado seguí caminando hacia el subte. Ahí lo de siempre. Empujones, quejas, grandotes que te rodean y vos que cada vez te sentís más encerrado. Y uno con saco de corderoy que espalda contra espalda no dejaba de pegarme codazos cada vez que el movimiento del vagón se lo permitía.
Luego de varios minutos, Codazos bajó. Una estación después también bajé.
Llegué a la oficina. Me saqué los guantes. Dejé la bufanda sobre la silla y me saqué la campera. ¡LA CAMPERA! Estaba manchada. Una marca fea y blanca decoraba su parte posterior. La primera puteada se escuchó hasta enfrente: HIJA DE RE MIL PUTAS. LA PALOMA ME CAGÓ. Una impotencia absoluta se apoderó de mí. Me sentí derrotado, encima, a traición.
La segunda puteada se frenó. Cuando ya estaba por la ele de “hija de re mil…” me llamó la atención la forma bastante irregular de esa mancha de mierda. No tenía el clásico formato de gota blanca media amarronada que se deforma casi chorreando hacia abajo. Esa forma producto de algo que cae veloz desde arriba y pega en seco. No, era una mancha refregada. Más amplia, con roce. Una mancha extendida. Una imagen vino a mi mente. Sonreí.

A diez cuadras, un tipo puteaba como si fuera la última vez. Su saco de corderoy tenía una mancha blanca, media amarronada, deforme y refregada. Era Codazos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

- ¿Por acá se entregan los comentarios?
- Si, pase. Póngase cómodo y escriba