Con el misterioso incidente ya superado seguí caminando
hacia el subte. Ahí lo de siempre. Empujones, quejas, grandotes que te rodean y
vos que cada vez te sentís más encerrado. Y uno con saco de corderoy que
espalda contra espalda no dejaba de pegarme codazos cada vez que el movimiento
del vagón se lo permitía.
Luego de varios minutos, Codazos bajó. Una estación después también bajé.
Llegué a la oficina. Me saqué los guantes. Dejé la
bufanda sobre la silla y me saqué la campera. ¡LA CAMPERA! Estaba manchada. Una marca fea y blanca decoraba su
parte posterior. La primera puteada se escuchó hasta enfrente: HIJA DE RE MIL PUTAS. LA PALOMA ME CAGÓ. Una
impotencia absoluta se apoderó de mí. Me sentí derrotado, encima, a traición.
La segunda puteada se frenó. Cuando ya estaba por la ele
de “hija de re mil…” me llamó la atención la forma bastante irregular de esa
mancha de mierda. No tenía el clásico formato de gota blanca media amarronada
que se deforma casi chorreando hacia abajo. Esa forma producto de algo que cae
veloz desde arriba y pega en seco. No, era una mancha refregada. Más amplia,
con roce. Una mancha extendida. Una imagen vino a mi mente. Sonreí.
A diez cuadras, un tipo puteaba como si fuera la última
vez. Su saco de corderoy tenía una mancha blanca, media amarronada, deforme y
refregada. Era Codazos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
- ¿Por acá se entregan los comentarios?
- Si, pase. Póngase cómodo y escriba