La esposa vestía botas negras
largas, muy largas y una pollera corta, muy corta, y ajustada. Una musculosa
blanca, dos siliconas y una pose provocativa terminaban de organizar su figura.
El pintor sólo contaba con sus ropas manchadas. Ella comenzó a pintarse los labios
mientras él seguía lavando un rodillo. Enfocando sus labios en el pequeño
espejo, ella lograba pintarse lentamente siguiendo las formas de su boca. El
pintor dejaba que el agua lave al rodillo mientras miraba cómo ella se pintaba.
De golpe la esposa hizo como que lo vio mirarla. Él de inmediato bajó la cabeza
y siguió lavando los 22cm. de rodillo. Ella seguía con su tarea y exageraba la
provocación de su postura. El esposo insultaba y golpeaba la puerta al grito de
pagame loco pagame. La mujer giraba la cabeza, el pintor la bajaba y así. Ella
pasó la lengua por los labios e insinuó un beso al aire como último paso para
concretar su obra de maquillaje. El pintor comenzó a sentir una sensación
húmeda que lo invadía. Luego de unos segundos de desconcierto y placer,
exclamó:
- ¡¡La puta que lo parió!!
El agua rebalsaba del lavatorio
tapado por los restos de pintura del rodillo e inundaba su pantalón. Ante el
grito, el esposo abrió aún más la puerta y buscó saber qué pasaba. El pintor lo
miró con mezcla de culpa, nervios y vergüenza. La esposa cerró el espejo y
sonrió. El esposo encaró hacia la puerta, su esposa lo siguió. Luego de unos
segundos de distancia, el pintor salió y los vio perderse al doblar la esquina
mientras un peatón de sonrisa incipiente la miraba ir. Al volver
sobre sus pasos, el pintor apoyó sus manos sobre una mesa y luego de sentir una
sensación espesa, bajó lentamente su vista. Unos números escritos con el mismo
rojo intenso de esos labios que vio pintar decían 155-468...
El resto de los dígitos se
borronearon manchando la mano derecha del pintor que se fue a lavar.
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