PINTATE, PINTAME

Av. Corrientes y Uruguay, 18:33hs. El esposo habla por celular al lado de una puerta. Se trata de una de esas conversaciones de negocios donde uno le reclama a otro el pago de algo pendiente. Del otro lado de la puerta abierta, el pintor. Unos metros más allá la esposa del esposo. En el triángulo que formaban las tres posiciones, la esposa quedaba expuesta a la atenta mirada del pintor y a la desatenta visión de su esposo que no lograba convencer al interlocutor que le pagase.
La esposa vestía botas negras largas, muy largas y una pollera corta, muy corta, y ajustada. Una musculosa blanca, dos siliconas y una pose provocativa terminaban de organizar su figura. El pintor sólo contaba con sus ropas manchadas. Ella comenzó a pintarse los labios mientras él seguía lavando un rodillo. Enfocando sus labios en el pequeño espejo, ella lograba pintarse lentamente siguiendo las formas de su boca. El pintor dejaba que el agua lave al rodillo mientras miraba cómo ella se pintaba. De golpe la esposa hizo como que lo vio mirarla. Él de inmediato bajó la cabeza y siguió lavando los 22cm. de rodillo. Ella seguía con su tarea y exageraba la provocación de su postura. El esposo insultaba y golpeaba la puerta al grito de pagame loco pagame. La mujer giraba la cabeza, el pintor la bajaba y así. Ella pasó la lengua por los labios e insinuó un beso al aire como último paso para concretar su obra de maquillaje. El pintor comenzó a sentir una sensación húmeda que lo invadía. Luego de unos segundos de desconcierto y placer, exclamó:

- ¡¡La puta que lo parió!!

El agua rebalsaba del lavatorio tapado por los restos de pintura del rodillo e inundaba su pantalón. Ante el grito, el esposo abrió aún más la puerta y buscó saber qué pasaba. El pintor lo miró con mezcla de culpa, nervios y vergüenza. La esposa cerró el espejo y sonrió. El esposo encaró hacia la puerta, su esposa lo siguió. Luego de unos segundos de distancia, el pintor salió y los vio perderse al doblar la esquina mientras un peatón de sonrisa incipiente la miraba ir. Al volver sobre sus pasos, el pintor apoyó sus manos sobre una mesa y luego de sentir una sensación espesa, bajó lentamente su vista. Unos números escritos con el mismo rojo intenso de esos labios que vio pintar decían 155-468...

El resto de los dígitos se borronearon manchando la mano derecha del pintor que se fue a lavar.

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