SERÁ JUSTICIA

Dos con pinta de empresarios muy ocupados acompañados de una pareja de abogados. Él alto de traje azul con corbata al tono y peinado con gel y raya al costado. Zapatos negros de tiras con hebillas que simulaban cordones. Uno de esos abogados con clientes importantes que pagan bien aunque quizás no tanto como para cambiar algún día ese maletín que se mostraba bastante roto en su mano. Ella rubia, unos 30 cms. más baja que su colega y esposo. También de azul, pero algo más oscuro y con una chaqueta abierta que dejaba ver su prominente escote. Esas tetas denunciaban no más de tres o cuatro meses desde el momento de su creación. Iban y venían, las tetas, como dando la sensación a sus clientes que ella manejaba los tiempos del juzgado.
Sentado en el mismo pasillo que hacía las veces de sala de espera, aguardaba un hombre de tez morena con acento boliviano. A su lado un abogado le dictaba lo que tenía que decir al momento de ingresar. Se lo repetía y le insistía demostrando cierta desconfianza en las capacidades lingüísticas del testigo elegido: “Acordate que vos ibas de 8 a 18”, le indicaba mientras el testigo leía la caja con sobrecitos de té de coca que llevaba en sus manos.
Por la escalera llegaba un abogado joven, desprolijo, de esos que no cobran fortunas ni tienen grandes clientes. Al ingresar al edificio tuvo que elegir entre hacer la interminable cola para el ascensor o subir al noveno piso por escalera. Optó por la segunda opción. Terminó agotado. Se sentó agitado al lado del testigo. Por un momento pensó en pedirle un sobrecito para ver si la coca también combatía el apunamiento edilicio que lo sofocaba pero no lo hizo. Cerró los ojos hasta que otro abogado más maduro lo increpó al grito de:

- ¿cómo vas a reclamar dos veces lo mismo, qué te pasa pendejo?
- ¿Qué te pasa a vos? - le contestó mitad enojado y mitad cansado.
- Sos el único abogado que no paga honorarios
– Estás loco.
– Callate y pagá.
- Pibe, todavía no aprendiste
– Nueve lucas me debés, callate y paga
– Ya nos vamos a encontrar
– Dale, en la audiencia.

El maduro se metió adentro y al ingresar casi choca con la abogada que volvía para avisar que en cinco entraban. El abogado joven se dejó llevar por esas también jóvenes tetas hasta que en su andar le dieron la espalda.

-         Hola hija, dijo la abogada a su celular que sonaba.
-         Te fue bien, qué bueno, felicitaciones.
-          
El abogado de azul le explicaba a sus clientes lo bien que estudiaba su hija en el Saint School y algo.

Una señora de rara vestimenta para el ámbito mezclaba colores marrones y violetas. Esperaba el ascensor mientras miraba pensativa al joven abogado que suspiraba sentado. Llegó el ascensor pero el ascensorista desde su banqueta le dijo que no había lugar, lo que se notaba claramente. La cara de esa estudiante de derecho que subía al décimo entre dos rugbiers, que iban a declarar al piso doce denunciados por acoso, no dejaba dudas.

En la planta baja, una abogada experimentada le preguntaba a un operario enyesado como se había quebrado el brazo. Ingenuamente, el hombre le contestó:

- Me golpee contra una pared.
- No, no. Yo te explico: Vos siempre te tenés que quebrar el brazo contra un auto en movimiento.

Será justicia


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