Sentado en el mismo pasillo que hacía las veces de sala
de espera, aguardaba un hombre de tez morena con acento boliviano. A su lado un
abogado le dictaba lo que tenía que decir al momento de ingresar. Se lo repetía
y le insistía demostrando cierta desconfianza en las capacidades lingüísticas
del testigo elegido: “Acordate que vos ibas de 8 a 18” , le indicaba mientras el
testigo leía la caja con sobrecitos de té de coca que llevaba en sus manos.
Por la escalera llegaba un abogado joven, desprolijo, de
esos que no cobran fortunas ni tienen grandes clientes. Al ingresar al edificio
tuvo que elegir entre hacer la interminable cola para el ascensor o subir al
noveno piso por escalera. Optó por la segunda opción. Terminó agotado. Se sentó
agitado al lado del testigo. Por un momento pensó en pedirle un sobrecito para
ver si la coca también combatía el apunamiento edilicio que lo sofocaba pero no
lo hizo. Cerró los ojos hasta que otro abogado más maduro lo increpó al grito
de:
- ¿cómo vas a reclamar dos veces lo mismo, qué te pasa
pendejo?
- ¿Qué te pasa a vos? - le contestó mitad enojado y mitad
cansado.
- Sos el único abogado que no paga honorarios
– Estás loco.
– Callate y pagá.
- Pibe, todavía no aprendiste
– Nueve lucas me debés, callate y paga
– Ya nos vamos a encontrar
– Dale, en la audiencia.
El maduro se metió adentro y al ingresar casi choca con
la abogada que volvía para avisar que en cinco entraban. El abogado joven se
dejó llevar por esas también jóvenes tetas hasta que en su andar le dieron la
espalda.
-
Hola hija, dijo la abogada a su
celular que sonaba.
-
Te fue bien, qué bueno,
felicitaciones.
-
El abogado de azul le explicaba a sus clientes lo bien
que estudiaba su hija en el Saint School y algo.
Una señora de rara vestimenta para el ámbito mezclaba
colores marrones y violetas. Esperaba el ascensor mientras miraba pensativa al
joven abogado que suspiraba sentado. Llegó el ascensor pero el ascensorista
desde su banqueta le dijo que no había lugar, lo que se notaba claramente. La
cara de esa estudiante de derecho que subía al décimo entre dos rugbiers, que
iban a declarar al piso doce denunciados por acoso, no dejaba dudas.
En la planta baja, una abogada experimentada le
preguntaba a un operario enyesado como se había quebrado el brazo.
Ingenuamente, el hombre le contestó:
- Me golpee contra una pared.
- No, no. Yo te explico: Vos siempre te tenés que quebrar
el brazo contra un auto en movimiento.
Será justicia
No hay comentarios:
Publicar un comentario
- ¿Por acá se entregan los comentarios?
- Si, pase. Póngase cómodo y escriba