SONRISA INCIPIENTE

Un hombre de más de 30 pero menos de 35 vestía modernos anteojos de gruesos marcos negros y una camisa beige con líneas cuadriculadas blancas. Llevaba su bolso/maletín sobre las rodillas. Miraba con cierta timidez todo a su alrededor. A la señora de al lado, a la chica parada frente a él que se movía al ritmo del subte y de su mp3, al vendedor ambulante que intentaba convencer a todos los pasajeros de las bondades de un osito de peluche en miniatura a sólo $5. Mantenía una incipiente sonrisa que nunca llegaba a concretarse. A poco de concluir su paneo notó la presencia de una mujer. Iba de espaldas a él pero le parecía conocida. Cabellos rubios que dejaban ver su color castaño original, camisa blanca ajustada, no más de un metro sesenta. Apretando el maletín, entrecerró los ojos haciendo un esfuerzo mayor por confirmar su recuerdo. El viaje avanzaba y el vagón se vaciaba. La chica, llegando a Estación Florida, se acercó a la puerta. Ella estaba a punto de bajar mientras él no lograba recordar quién era. De un segundo a otro su gesto cambió y su corazón comenzó a acelerarse. Había confirmado su recuerdo. Era ella. Colgó su bolso cruzado en el pecho, y se abalanzó sobre la puerta. Le tocó el hombro. Ella giró, dudó, pero lo reconoció.

- Hola, ¿cómo te va? - dijo él.
- Bien, ¿vos? – contestó ella con fastidio.
- ¿Dónde estás trabajando?
- Eeeh...en una constructora.
- Ah, bien, mejor, ¿no?
- Sí, la dejé a Romina allá.
- Ah, cierto, la vi. Fui el otro día a cobrar. ¿La constructora es por acá?
- Sí, por Lavalle.
- Llamame, estoy cerca. Podemos ir a tomar algo – Le dice mientras le entrega su tarjeta personal.
La chica sorprendida e incómoda pero acompañada de la complicidad de la frenada, responde:
- Eeemmm, seee...no creo que pueda, estoy muy complicada. Cero tiempo.
- Ah, ¿no? Uh!
- Chau, suerte.
- Nos vemos.

La chica descendió y buscó la escalera mecánica. Desde adentro, él se quedó mirándola con su sonrisa todavía incipiente. El subte volvió a arrancar y se perdió en el oscuro túnel. La escalera terminó de subir. Ella siguió su camino y justo antes de salir a la calle un cesto de basura le propuso sus servicios. Fue una invitación difícil de rechazar. No lo pensó dos veces. La tarjeta se transformó en un pequeño y arrugado bollo y se perdió en la oscuridad del tacho.
El subte llegó a Alem, él bajó y al cruzar le pareció ver a lo lejos a una chica morocha de botas negras largas, muy largas y una pollera corta, muy corta. Tarjetero plateado en mano, fue en su búsqueda. A 50 metros de allí, otro cesto, parecido pero no igual al anterior, ya se relamía.

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