-
Hola, ¿cómo te va? - dijo él.
-
Bien, ¿vos? – contestó ella con fastidio.
-
¿Dónde estás trabajando?
-
Eeeh...en una constructora.
-
Ah, bien, mejor, ¿no?
-
Sí, la dejé a Romina allá.
-
Ah, cierto, la vi. Fui el otro día a cobrar. ¿La constructora es por acá?
-
Sí, por Lavalle.
-
Llamame, estoy cerca. Podemos ir a tomar algo – Le dice mientras le entrega su
tarjeta personal.
La
chica sorprendida e incómoda pero acompañada de la complicidad de la frenada, responde:
-
Eeemmm, seee...no creo que pueda, estoy muy complicada. Cero tiempo.
-
Ah, ¿no? Uh!
-
Chau, suerte.
-
Nos vemos.
La
chica descendió y buscó la escalera mecánica. Desde adentro, él se quedó
mirándola con su sonrisa todavía incipiente. El subte volvió a arrancar y se
perdió en el oscuro túnel. La escalera terminó de subir. Ella siguió su camino
y justo antes de salir a la calle un cesto de basura le propuso sus servicios.
Fue una invitación difícil de rechazar. No lo pensó dos veces. La tarjeta se
transformó en un pequeño y arrugado bollo y se perdió en la oscuridad del
tacho.
El
subte llegó a Alem, él bajó y al cruzar le pareció ver a lo lejos a una chica
morocha de botas negras largas, muy largas y una pollera corta, muy corta.
Tarjetero plateado en mano, fue en su búsqueda. A 50 metros de allí, otro
cesto, parecido pero no igual al anterior, ya se relamía.
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