TIGRE IGUAZÚ

Los bolsos ya habían sido cargados. Solo restaba que los solitarios cuatro pasajeros abordarán el micro para comenzar el largo viaje de diecisiete horas que los dejaría en Buenos Aires. De pronto, cuando el chofer intentó abrir la puerta para permitir el ascenso, esta golpeó contra el andén. Ante la imposibilidad de lograr la apertura total, el segundo chofer que hacía las veces de auxiliar, aunque no lo era, la cerró manualmente y subió. El ómnibus retrocedió, se desplazo sutilmente hacia la izquierda y una vez que la distancia lo permitió reabrió su puerta. En este segundo intento sí fue posible el abordaje y las dos parejas ascendieron y se acomodaron en sus asientos sin sospechar que ese pequeño incidente era solo el comienzo de un viaje distinto. No casualmente, en ese mismo instante se precipitó sobre Puerto Iguazú una tormenta como hacía meses no sucedía.
Con el correr del tiempo y las sucesivas paradas el micro se fue poblando de mayor cantidad de pasajeros. Quedaba claro, que las partes más destacadas del viaje estaban reservadas para cuando todos los asientos se encontrasen ocupados. En uno de esos asientos viajaba, inquieta, una pequeña de pelo oscuro acompañada por su madre. La primera impresión que despertaba era de ternura.  Claro que esta sensación coincidía con los momentos en que el silencio acompañaba a su entretenimiento. Unas dos horas después de haber ascendido, la niña comenzó un intermitente juego que nunca pudo ser descifrado. Lo único perceptible del mismo fue la presencia de su molesto sonido. Una música de videojuego irrumpía en medio de los intentos por dormir del resto del pasaje provocando que la silenciosa ternura se convirtiese en un audible odio.
Paralelamente, el viaje continuaba. Avanzaba de localidad en localidad en una aparente normalidad. Cuando la noche rodeo al ómnibus y la madrugada se hizo profunda, un leve sacudón sorprendió y despertó a los viajantes. Las causas del mismo nunca se conocieron, pero se sumó a la lista de incidentes ya no tan aislados que se encadenaban. Horas más tarde, ante el intento de levantarse del muchacho de la butaca diecinueve, el acrílico que cubría a los tubos de iluminación cedió y cayó sobre los asientos. Algunos pasajeros quisieron reubicarlo pero les fue imposible. Se necesitaba de la prestancia del segundo chofer para poder colocarlo en su lugar.
El chofer, que no era auxiliar, primero sirvió una gaseosa a media tarde, y luego, como para reconfirmar que era solo un conductor, entregó las bandejas con la cena por la noche. Luego de la comida, por quinta vez, la madre llevó de la mano a la pequeña del sonido insufrible hacia el baño mientras el otro chofer proseguía con el andar rumbo a la Capital.
El amanecer provocó que la mayoría despierte del sueño en que estaba inmerso. Poco tiempo después, el ómnibus comenzó a desacelerar hasta el punto de levantar las ciertas sospechas de que algo andaba mal. Efectivamente, la velocidad continúo bajando hasta extinguirse. El par de conductores descendió, y luego de hacerse de algunas herramientas, comenzaron el intento de ajustar las ruedas. Sus gestos mostraban el esfuerzo que implicaba pero también la falta de resultados que otorgaba. Minutos después, ante la mirada pegada a las ventanas de algunos, subieron y arrancaron. Al parecer todo volvía a la normalidad. 
Poco tiempo después del aparente arreglo, la velocidad volvió a bajar y con ella los chóferes. La imagen de mecánicos que no eran se repitió y retornaron a sus puestos. Esta vez no para continuar el viaje sino para desviar el micro hacia una estación de servicio con gomería para que algún entendido solucione el problema que los aquejaba. La parada coincidió con la hora del desayuno. Muchos aprovecharon para hacerlo mientras otros esperaban con ansiedad retomar el viaje. Unos cuarenta y cinco minutos después, el micro reapareció en escena, todos subieron y volvió a la ruta. Nada hacía suponer lo que vendría.
Cuando se comenzaba a visualizar en el camino el puente Zarate Brazo largo, el conductor decidió detenerse. Algunos creyeron que se trataba de una oportunidad brindada para fotografiar el puente y otros que se trataba de un nuevo problema mecánico. Ambos se equivocaron, aunque los segundos se acercaron más a la verdad de la situación. Efectivamente era un problema. Pero no era técnico, era humano: el ómnibus se había quedado sin combustible. Se lo presentó como una responsabilidad del pobre vehículo. “Se quedó sin nafta” dijo, convencido, el chofer más experimentado. Se comunicó con la empresa y solicitó que le envíen el combustible necesario para seguir viaje. Paralelamente, el que no era auxiliar, revisaba el motor y aducía que el mismo podía tener algún inconveniente que debía revisar el mecánico que ya se encontraba en camino. Entretanto, los pasajeros, atónitos, bajaron y se dispusieron a esperar la solución sobre el césped a un lado del camino. A su vez, el “experimentado” era interpelado sobre su responsabilidad. Entre mate y mate explicaba que solo era responsable del volante y no de la mecánica y el combustible. Que la empresa no le quiso cargar la nafta cuando el lo solicitó en la parada de Posadas  y que cualquier queja se haga luego en la boletería. El problema, a esa altura, era justamente como y en que momento se llegaría hasta ella.
Una hora y media después de la inexplicable detención llegó la camioneta y con ella el movimiento. El micro cruzó el puente y el dúo de conductores puso un dvd con la película “Spanglish” para entretener al pasaje. Como para no ser menos, la película se detenía permanentemente. En los momentos en que retomaba su curso, el que no era auxiliar aprovechaba para tapar el monitor con su cabeza y sino era la preciosa nena la que interrumpía con sus melodías.
Cuando corría la hora veintidós de viaje y la paciencia ya había expirado, se divisó a la Estación Retiro en el horizonte. La sensación del fin de la pesadilla se apoderó de todos. Minutos después, todos también lograron apoderarse de sus pertenencias y así pudieron escapar hacia sus destinos finales. El viaje sin fin había concluido, aunque algunos todavía mantienen la sensación de permanecer en él.

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