Llegamos
a Viru Viru, aeropuerto de Santa Cruz de la Sierra. Las valijas, mochilas y
demás bultos giraban en la cinta transportadora. Nunca entenderé por qué se
sigue utilizando este método de sálvese quien pueda. Cada valija tiene un
número, cada pasajero guarda su duplicado, pero en lugar de intercambiar ticket
por bulto en un mostrador, todas las valijas y mochilas van a esa ruleta rusa de
colores, formas y tamaños donde por lo general no menos de tres o cuatro
pasajeros se desencuentran con sus pertenencias. Hecho que, obviamente,
sucedió. Fueron cuatro las personas que se quedaron con sus equipajes a la
deriva. Cosas que pasan.
Luego
de 10 minutos de espera aparecieron nuestras dos mochilas grandes y las dos de
mano. Resolvimos rápidamente el trámite de migraciones. Mi esposa presentó
pasaporte, yo presenté DNI. A continuación nos encontramos con la extensa fila del
control de Aduana. La minuciosidad con que revisaban a la mayoría de los bultos
alentaba el ritmo. La cola, que daba varias vueltas, incluía a una señora que
llevaba una especie de ensalada de zanahoria en su cabeza a modo de cabellera.
Era un punto de referencia indiscutible para entender cuánto faltaba. Detrás de nosotros un señor de
saco sport claro, pelada incipiente y algo de canas intentaba entablar diálogo
con una mujer catalana de no más de 35 años:
-
¿Conocés? – rompió
el hielo él.
-
No, la primera
vez que vengo – contestó ella.
-
Yo vengo desde
los años ochenta. Trabajo en petróleo -
Le dijo y endureció su rictus realizando un incómodo estiramiento de
mandíbula y cuello. Ese claro gesto que va acompañado de un ajuste precoz del
nudo de la corbata. Ese gesto de “garca” que inmortalizó Luis Brandoni con su
personaje en Esperando la Carroza. En este caso, al movimiento solo le
faltó la corbata. Vestía sport.
La
charla giró en torno a la topografía boliviana, la altura sobre el nivel del
mar y su planicie hasta que en un momento la catalana, como para acotar algo
entre tanto monólogo, preguntó:
-
¿Me dijo que
trabaja en petróleo?
-
Sí, en una
empresa que cubre desde México hasta Ushuaia.
-
Ah - acotó la
chica.
Luego
de unos minutos de silencio dedicados a observar como avanzaba la fila, el
petrolero comenzó a hablarle, sabedor, de las avivadas de la gente del
aeropuerto. Al parecer, según sus dichos, algunos por poca plata hacían
aparecer a tiempo los papeles que necesitabas para culminar cierto trámite.
Rápidamente ese comentario que parecía acotado al aeropuerto se extendió como
descripción a toda la sociedad. No solo a la boliviana sino a la de todos
“estos países latinoamericanos”. La catalana comenzaba a mostrar gestos de
incomodidad.
Un
petrolero argentino hablando con una mujer española, enseguida surgió el tema
de Repsol - YPF. Era fija. Al tipo le parecía mal el fondo y la forma de la
decisión del gobierno argentino. A ella, que además de española era
(recordemos) catalana, le parecía mal la forma. Pero no decía nada sobre el
fondo. Él aseguraba que lo que dice el kirchnerismo no es así. Que él lo sabe
porque trabajó durante siete años en Repsol. La mujer reiteró que los modos no
fueron los mejores pero que en España muchos estaban de acuerdo porque Repsol
no es España. El petrolero chamuyero hablaba, indignado, de la vergüenza
internacional que significaba el hecho mientras la catalana le explicaba que
políticamente Argentina aprovechó la debilidad de España a causa de la crisis
para recuperar la empresa. Que no hizo más que devolverle el favor ya que
Repsol en los años noventa se había quedado con YPF sacando provecho de la
crisis por la que pasaba la Argentina. El petrolero dijo que sí, que puede ser,
pero que Repsol en su momento pagó por la empresa. Que él lo sabe porque en ese
momento trabajaba en la primera empresa que Repsol compró en el país. A duras
penas atinó a reconocer que por la crisis económica el precio de YPF en los años
noventa era muy bajo y Repsol “aprovechó” esa circunstancia para adquirir parte
de YPF por mucho menos de lo que valía. Pero, claro, fue según las reglas de
mercado. Ante tanta palabra, la catalana se apuró en contestar que no se trató
simplemente de “reglas de mercado” sino que hubo contextos y decisiones
políticas que propiciaron esa situación.
La
cosa se empezaba a tensar. No porque debatían a partir de posiciones disímiles
sino porque esas posiciones disímiles le complicaban profundamente al tipo sus
intenciones de conquista aeroportuaria. A fuerza de currículum, el petrolero
insistía con que en el año 89 también había trabajado en otra empresa del
rubro. Que en el 91 ya había estado en Bolivia por un tema referido a la
producción de gas.
La
fila avanzaba cada vez más lento. Una pareja traía un carro con no menos de 15
valijas enormes. Los oficiales de aduana abrieron sus ojos de par en par.
Comenzaron a revisar bulto por bulto. Mientras tanto al petrolero chamuyero se
le empezaban a mezclar las fechas. La cosa se estaba desmadrando. O había
trabajado en varias empresas al mismo tiempo o en su afán de galán gasolero su
guión comenzaba a perder coherencia. A esta altura la catalana ya estaba más
pendiente de ese otro, su novio, que venía a recibirla que de este que, si bien
ponía toda su energía, no podía.
Él
insistía con el tema del gas. Le explicaba que es una de las mayores riquezas
de Bolivia. Que como consumen muy poco exportan la gran mayoría hacia la
Argentina y Brasil. La mujer, aportando nuevamente una mirada un poco más
amplia que la de la página número ocho de un diario económico, le planteó la
locura que significaba que el país sea tan rico en recursos y su población tan
pobre. Ahí el hombre adujo que Bolivia era pobre por culpa de Evo, Chávez,
Correa y todos los bolivarianos. En su verborragia al petrolero se le olvidaron
como unos quinientos años de historia. La catalana se los hizo recordar.
Ya
como último intento, el tipo le comentó que estaba tramitando la ciudadanía
española por parte de padre. Pero que no sabía si se la iban a otorgar.
-
¿Por qué? - le
consultó la mujer.
-
Y, por el tema
de YPF. Por la expropiación.
Para
José Fuel Oil el motivo no era que España luego de años de haber flexibilizado
la entrada de inmigrantes porque le hacían falta, ahora, en plena recesión, había
endurecido sus políticas sino que la duda era por la expropiación de Repsol. El
hombre era petrolero hasta para tomar la sopa. A esta altura, la catalana ya lo
padecía.
Entre
tanto, a mi esposa le pareció que todos esos que estaban delante se habían
colado.
-
¿Te parece? Acordate
de la de cabeza de zanahoria.
-
Ah, tenés
razón. Pero esta morocha de acá seguro que se coló.
Giro
la cabeza y la veo. Era la misma morocha de Ezeiza. Se metió de prepo y con
disimulo en la fila del mismo modo que lo hizo al momento de embarcar. Según lo
que pudimos averiguar, ya había hecho lo mismo en los aeropuertos de París y
Madrid. Ahora, por fin, volvía a su hogar.
La
cola avanzó. Nos realizaron algunas preguntas de rutina y nos retiramos. La
catalana se fue con su novio que la esperaba afuera. El petrolero, valija en
mano, se la quedó mirando mientras con su rictus endurecido volvió a estirar la
mandíbula y el cuello. Como no tenía corbata no se acomodó el nudo y salió. Se
quedó esperando la carroza.
ANTERIOR PARTIR //// SIGUIENTE SANTA CRUZ DE LA SIERRA
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